Visita a las ladrilleras

La creación de los diferentes diseños provoca interrogantes perspicaces que nos obligan a acercarnos al funcionamiento de un horno. Los ladrillos se convierten en otro protagonista en nuestra conexión con la arcilla.
Por suerte, la gran mayoría de las ladrilleras de Cuenca están ubicadas en el Cabogana, ya que la arcilla es un elemento crucial en este lugar.
Cuando visitamos la fábrica de ladrillos, Rosita nos da la bienvenida. Rosita es la cuarta generación de ladrilleros. Nos cuenta historias sobre la quema de ladrillos y tejas en el horno de leña.
Esta visita nos acerca a conocer más sobre el proceso que atraviesa la arcilla para transformarse en ladrillos y tejas; proceso que nos recuerda la constante transformación que la arcilla atraviesa.


En la actualidad se usan máquinas para fabricar tejas y ladrillos. Rosita nos cuenta que muy pocas ladrilleras usan caballos como en el pasado.



Las tejas pasan por un proceso de transformación antes de pasar por el horno.

Las tejas al igual que los ladrillos se colocan como una verdadera obra de arte dentro del horno antes de ser quemados. La posición de cada uno es muy importante, porque el fuego debe llegar a todos para quemarlos. Estos momentos nos vuelven a conectar con los recuerdos de lo que Wilma nos había compartido.


Mientras Rosita nos cuenta sus recuerdos acerca del horno, recuerda que el horno tiene 70 años funcionando y que sus papás y abuelos fueron quienes transmitieron sus conocimientos a sus hijos y ahora nietos.


Al igual que Wilma y Vero, Rosita nos lleva al pasado, permitiéndonos conocer más sobre nuestra historia a través de sus recuerdos

Poco a poco, el horno de leña nos acerca a los recuerdos e historias de Vero, Wilma y Rosita.
El horno nos conecta con el pasado, con historias familiares y recuerdos.
Estas historias nos permiten ver las temporalidades del horno (pasado, presente y futuro).
El deseo de contar historias y dibujar se intensifica a medida que los niños especulan sobre posibles encuentros entre Rosita y Vero en los que sus vidas se interconectan.



Cuando Rosita piensa en su pasado, recuerda que su madre le había dicho que antes de usar caballos usaban perros para remover el barro necesario para hacer los ladrillos.
Su bisabuelo Anastacio fue quien inició esto. Rosita dice que antes había poca gente que hacía ladrillos. Luego pasó a su abuelo Jacinto y a su madre Rosa. Rosita nos cuenta que su padre era albañil y que vino a la casa de su abuelo a construir su casa.
Cuando Rosita era niña, su memoria la lleva de regreso a la fábrica de ladrillos, donde trabajaba con sus abuelos. Ella dice “Tenía que tener todos estos ladrillos para poder ir a la escuela”. También recuerda un horno más antiguo que existía, nos cuenta que estos eran más profundos y que ahora los “modernos” son más anchos y no tan profundos, por lo que ahora el trabajo es más fácil.
Rosita, junto a sus padres y hermanas, trabajaban en la ladrillera. Mientras crecía recuerda que luego aprendió a cocinar con su mamá, para lo cual tenía que ir al bosque a recolectar leña y traer agua hasta Río Amarillo. Rosita dice “era un placer cuando encendíamos el horno, porque nos reuníamos alrededor a tomar café con pan” Lo que en ese momento, era considerado un manjar.
Rosita nos cuenta que, con el paso del tiempo, ingresó a una academia de costura donde aprendió a hacer faldas tradicionales y que hace 12 años las usaba todo el tiempo. Ahora los usa solo cuando hay una fiesta tradicional en su barrio con su hija.